Blade Runner y la publicidad apocalíptica
Androides, hologramas e intrusos. Esto fue lo que pasó cuando mezclamos marketing con el estreno de Blade Runner.
Pues finalmente pasó. Después de 35 años de espera, Blade Runner volvió con su secuela a la pantalla grande y sus fanáticos no pudieron ocultar su emoción (demostrando con esa manifestación de empatía que al menos, ninguno de ellos es un replicante).
Hay algo inquietante en Blade Runner 2049.Hay algo incómodo. Después de los primeros minutos, mientras el agente K se perdía en calles neon, de alguna manera me sentí invadida por esa ciudad androide, en la que lo humano se confunde con hologramas, acero y lluvia radioactiva.
Es la visión de nuestro futuro, ese “a dónde estamos yendo” que nos salta a la cara todos los días. Esa premonición que nos desconcierta. Ese no saber cómo girar el rumbo a días más felices y más humanos. ¿A dónde queremos llegar, con nuestra relación con la tecnología?
Después de una hora como espectadora, un personaje de Blade Runner me desconcertó. Era, al mismo tiempo, un intruso, una amenaza y un compañero. En medio de edificios que impedían cualquier asomo de luz. A través de las ventanas. El personaje se entrometía. Su tajante presencia volvía imposible escapar de él.
Ese personaje es la publicidad. En cada rincón de la Los Ángeles, 2049.
¿Sueñan los publicistas con mujeres hologramas?
No encuentro una mejor forma de ilustrar cómo la publicidad logra meterse en cada momento de nuestra vida que con esa imagen postapocalíptica de una ciudad repleta de anuncios. Puede ser ciencia ficción pero también es Tokio o Nueva York. La publicidad como parte del paisaje urbano, acosándote hasta que caigas en su trampa.
¿Quizá este apocalipsis sea el paraíso publicitario? Cuando cada interacción humana es intervenida por mensajes que no pedimos y no podemos controlar, lo que antes era un anuncio (una pausa en nuestro descanso en forma de corto comercial, una señal que se interponía en nuestro camino a manera de cartelera) se convierte en nuestro descanso y nuestro camino.
El anuncio se hace tan presente y opresivo que termina confundiéndose con nuestra vida.
¿Estamos haciendo de nuestra vida un anuncio publicitario? La comunicación en gran formato, de tan repetida, se filtra en nuestros gestos más minúsculos. En Blade Runner, la publicidad llegaba incluso a ser más grande que el consumidor mismo. Metiéndose, sin permiso, incluso en el tráfico.
Estimado conductor: Tome sus precauciones y utilice vías alternas. Hay un anuncio en la avenida.
Volviéndose nuestra compañera en un comedor repleto de mesas para sólo una persona.
Pobre, pobre Ryan Gosling. Yo quiero acompañarlo a la hora del almuerzo...
Y apareciendo, incluso, en nuestros momentos de melancolía. Monumental, inflexible. Apuntándonos con el dedo, a punto de disparar.
Pero la publicidad podría tener otro ADN. Ser una herramienta para compartir mensajes de humano a humano, y no un holograma que sustituya nuestra frágil y poderosa forma de comunicarnos.
¿Qué vamos a hacer con estos otros replicantes? Estos hologramas de nuestra voz y de nuestras historias. ¿Cómo cambiar el rumbo a una publicidad más humana?